Testimonio

Abr 22, 2019

Fui a Yad Vashem en julio de 2007; ya antes conocía la institución puesto que en 2005 y 2006 asistí a las clases que impartió David Bankier, auxiliado por Leandro Kierszenbaum, en el centro de profesores de Las Acacias (Madrid).

Tal vez suene a exagerado decir que aquellas clases, primero en Acacias y luego en Jerusalén cambiaron mi vida; desde luego cambiaron mi trayectoria profesional como profesor de historia.

La historia, como me la explicaron a mí, es entendida como el despliegue continuo de las capacidades humanas, como progreso del conocimiento y difusión de este conocimiento desde los que alcanzan la luz de la razón. Este concepto de la historia metamérico, que diría Gustavo Bueno, es pura metafísica, incluso diría yo, es teología; la historia como el cumplimiento de un destino para el que la humanidad, o una parte de la humanidad, el pueblo elegido (el judío, el luterano, el católico, da igual) ha sido determinado. El evolucionismo confirió a la historia rango de ciencia positiva, ciencia en el sentido de las ciencias de la naturaleza; la historia sujeta a unas leyes que se cumplen de forma mecánica, inexorablemente, de forma independiente de la voluntad de las personas, donde los fuertes triunfan y los pueblos menos inteligentes se pliegan y tratan de emular a los primeros. Una historia que cree en el progreso continuo y que confunde el progreso material con el progreso moral.

El Holocausto, la Shoah destruyó completamente la noción de la historia como progreso continuo. Mi formación en este tema transformó mi idea de la historia, me mostró que los seres humanos son quienes, con sus voluntades particulares, sus intereses, con frecuencia egoístas, pero también con frecuencia generosos, son capaces de todo lo mejor pero también de construir el infierno en la tierra. Mi conocimiento sobre el Holocausto me mostró que  la fuerza del grupo es tremenda, que somos animales gregarios y que el liderazgo es una responsabilidad enorme y que la personas pueden ser tremendamente crueles si la autoridad política o moral permite que se saque todo el mal que somos capaces de llevar dentro, pero que también todos llevamos dentro el germen de la rebelión frente a la injusticia, el germen de la libertad, que todos somos capaces de ser decentes cuando nadie a nuestro alrededor lo es. El Holocausto me enseñó que nada está determinado.

Mi conocimiento sobre el Holocausto me dotó de las herramientas para sostener lo que yo ya intuía, que hay una fuerza moral en las víctimas de la que carecen los fuertes y me ayudó a relativizar los valores de nuestro mundo occidental; me proporcionó las herramientas para poder cambiar mi manera de enseñar la historia y para encontrar mi camino como profesor; para poder explicar la historia de otra manera y dar un enfoque distinto a mi trabajo. El conocimiento sobre el Holocausto me permitió definir el objeto de mi labor docente: combatir la heteronomía moral y contribuir a formar ciudadanos convencidos de su capacidad para ser libres y de su deber de ser moralmente autónomos.

El encuentro del pasado día con viejos amigos y compañeros, graduados de Yad Vashem, en Alcobendas, me recordó la importancia de la educación en el conocimiento del Holocausto frente a los momentos de desánimo o simplemente de aburrimiento por lo que puede que se convierta en pura rutina.

Quiero expresar nuevamente mi agradecimiento a Yad Vashem que me concedió la beca para vivir aquella experiencia y quiero expresar mi agradecimiento a quienes tuvieron la iniciativa de volver a reunirnos.

Fdo:

José Eugenio Cordero

Leganés (Madrid)